En 2010, tras el terremoto de Haití, Nicole «Mac» McClelland, una escritora estadounidense que no habla francés, conoció a un apuesto pacificador francés de la ONU llamado Nico Ansel.
Un año y medio más tarde, y después de una ruptura accidental —cuando Nico le dijo por error a Nicole después de una de las primeras citas que no quería volver a verla—, se casaron, gracias en gran parte a la ayuda de Google Translate.
Con un smartphone, con una conexión a internet y con Google Translate, los viajeros, los empresarios y los recién llegados a un país extranjero pueden conectarse con otras personas, independientemente de su procedencia y del lugar donde se encuentren.
En octubre pasado, Amanda Moore, de 10 años de edad, pasó una nota traducida por Google a un nuevo compañero de clase, Rafael Anaya.
Rafael acababa de mudarse a California desde Michoacán en México y no hablaba inglés.
La nota doblada decía: «¿Te gustaría sentarte conmigo hoy?». Su madre publicó en Facebook cómo ambos se habían conectado a pesar de no hablar el mismo idioma, y la publicación se volvió viral. Amanda y Rafael ahora son amigos.
Google Translate y helado
Algunas veces, estas son relaciones cortas.
Durante las Olimpiadas de 2016 en Río de Janeiro, el ganador de la medalla de oro Usain Bolt acababa de celebrar su 30o cumpleaños, y utilizó Google Translate para conectar con Jady Duarte, una estudiante del lugar. Aunque fue una conexión efímera, a la novia de Bolt en Londres no le gustaron mucho las fotos de su encuentro que recorrieron internet.
Google Translate también puede ayudar a comenzar relaciones importantes.
Bea Longworth, de 36 años, trabaja para la empresa tecnológica NVIDIA y viaja con frecuencia desde su hogar en Oxfordshire (Reino Unido) hasta Múnich.
Allí es donde vive su nuevo hijastro de habla alemana, y Google Translate les ayuda a construir su relación a pesar de la barrera lingüística.
Sus abuelos canadienses, mientras tanto, combinan la tecnología con métodos más antiguos.
Juntos pasearon por el Tierpark de Múnich —un zoológico de 99 acres— «con tan solo la ayuda de Google y unos helados de emergencia cuando la situación se ponía difícil», dice Bea.